
La inteligencia artificial ha generado expectativas en todo el mundo sobre su capacidad para transformar diversos aspectos de nuestras vidas, desde la educación y la salud hasta el trabajo y la seguridad. En América Latina, la región más desigual del mundo, donde el 10% más rico de la población concentra el 54% de los ingresos totales, la IA podría desempeñar un papel crucial en la reducción de estas brechas. Sin embargo, esta desigualdad también se refleja en el ámbito digital, dejando a millones de personas fuera de las oportunidades que la tecnología puede ofrecer. Frente a este escenario, la pregunta es inevitable: ¿estos avances tecnológicos realmente están contribuyendo a reducir las desigualdades, o, por el contrario, están ampliando la brecha entre quienes tienen acceso a la tecnología y quienes no?
La promesa de la inteligencia artificial como herramienta de inclusión social tropieza con una realidad ineludible en América Latina: el acceso desigual a internet y a dispositivos digitales. Según datos del Banco Mundial, cerca del 30% de la población de la región sigue sin acceso a internet, pero las cifras se vuelven aún más alarmantes al observar la situación en áreas rurales.
Siguiendo esa línea y, de acuerdo con la CEPAL, en 2022, el 64,2% de las personas en zonas rurales carecía de conexión a internet en el hogar, mientras que en áreas urbanas esta carencia alcanzaba al 25,2%. Las disparidades también son marcadas según el nivel de ingresos: en las zonas urbanas, más del 40% de las personas del quintil más pobre no tenía acceso, en contraste con solo el 12,2% en el quintil de mayores ingresos. Estas brechas de conectividad no sólo limitan el acceso a los beneficios de la IA en términos de educación, salud o empleo, sino que perpetúan una desigualdad estructural que la tecnología debería estar ayudando a resolver.
Por otro lado, los avances en inteligencia artificial tienden a concentrarse en aplicaciones diseñadas para sectores con mayor poder adquisitivo o industrias tecnológicas de punta, dejando a gran parte de la población al margen. Esto evidencia una paradoja: mientras algunas naciones desarrollan modelos de IA altamente sofisticados, en América Latina aún enfrentamos desafíos básicos relacionados con la infraestructura y el acceso a la tecnología. Esta realidad no solamente restringe las oportunidades para amplios sectores de la sociedad, sino que refuerza las desigualdades existentes, creando una «doble brecha digital» que separa no sólo a quienes tienen o no acceso, sino también a quienes pueden aprovechar los beneficios de la IA frente a quienes permanecen excluidos.
La brecha digital
La brecha digital en América Latina sigue siendo un obstáculo central para que los beneficios de la inteligencia artificial generativa lleguen a toda la población. Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Banco Mundial, aunque esta tecnología tiene el potencial de transformar entre el 26% y el 38% de los empleos en la región, las desigualdades en infraestructura y acceso digital limitan significativamente su impacto. La magnitud de esta brecha afecta directamente a cerca de la mitad de los empleos, con un potencial desaprovechado de aumentar la productividad en siete millones de puestos ocupados por mujeres y diez millones de trabajos realizados por hombres. En este contexto, la falta de conectividad no solo perpetúa la desigualdad, sino que también amplifica las barreras para salir de la pobreza.
Esta brecha no afecta a todos de la misma manera. Los sectores formales, urbanos y con mayor nivel educativo tienen más probabilidades de beneficiarse de los avances tecnológicos, mientras que los trabajadores en situación de pobreza o en empleos informales enfrentan los mayores desafíos para acceder a estas oportunidades. Aunque el riesgo de automatización total es bajo, ya que de acuerdo a la OIT se afectaría entre el 2% y el 5% de los empleos, la posibilidad de aprovechar plenamente el potencial transformador de la IA depende de políticas que aborden esta desigualdad estructural. Sin una infraestructura adecuada y medidas inclusivas, los beneficios de la inteligencia artificial generativa permanecerán fuera del alcance de quienes más los necesitan.
En ese sentido, para que la IA contribuya a la inclusión social y no amplíe las brechas, es fundamental contar con políticas públicas que promuevan su acceso y desarrollo de manera equitativa. Esto incluye desde la inversión en infraestructura digital hasta la capacitación de talento local en el desarrollo de tecnologías inclusivas. La creación de una IA que refleje las necesidades de nuestras sociedades debe ser una prioridad y esto solo será posible con el compromiso de los gobiernos y el apoyo de instituciones locales.
Por caso, la regulación también juega un papel clave en este proceso. Los gobiernos de América Latina deben asumir la responsabilidad de supervisar que la implementación de IA esté alineada con los objetivos de inclusión social. Esto significa desarrollar marcos normativos que eviten que las grandes corporaciones tecnológicas dicten unilateralmente el uso de IA en la región, protegiendo así los intereses de las comunidades más vulnerables. Una IA inclusiva requiere de una visión que priorice el bienestar social sobre la rentabilidad, asegurando que el desarrollo tecnológico sirva a la mayoría y no solo a una élite.
La IA tiene el potencial de convertirse en una herramienta poderosa para cerrar brechas y mejorar la calidad de vida de millones de personas en América Latina. Sin embargo, su impacto dependerá de cómo se implemente y de las decisiones políticas que se tomen para garantizar su accesibilidad y uso responsable. En una región marcada por la desigualdad, el desarrollo de una IA inclusiva es un desafío que implica tanto inversión como voluntad de cambio. América Latina tiene la oportunidad de utilizar la tecnología como un motor de inclusión social, pero sólo si logramos crear un modelo de IA que refleje nuestras necesidades y respete nuestra realidad.
