
Por CiudadanIA
El Colegio San José de Villa Cañás, en la provincia de Santa Fe, será escenario de una experiencia inédita en el país: la incorporación de “Zoe”, un sistema de inteligencia artificial que, durante agosto, guiará módulos de marketing e IA para estudiantes secundarios. La iniciativa, desarrollada por Humanversum Academy y encabezada por el abogado argentino Chris Meniw junto al ecuatoriano Miguel Egas, fue avalada por el Ministerio de Educación provincial y se presenta como una herramienta de apoyo, aunque no de reemplazo, para el trabajo docente.
La propuesta arrancará con un piloto de 8 módulos de entre 8 y 15 minutos cada uno, accesibles por WhatsApp o aplicación móvil. Participarán unos 160 alumnos del colegio, que podrán interactuar de manera asincrónica y recibir retroalimentación automática, mientras los docentes monitorean el progreso y contextualizan los contenidos. La directora del establecimiento, Gabriela Farina, enfatizó que Zoe “no viene a dar clases o suplantar nuestra mirada pedagógica”, sino a complementar la oferta educativa.
¿Y por la región, cómo andamos?
Por caso, la experiencia santafesina se inscribe en un panorama regional donde la IA empieza a ocupar espacios en el aula, aunque con formatos y objetivos diversos. Uruguay, por ejemplo, incorporó en junio de 2025 la función “PowerBuddy” en su plataforma CREA, gestionada por Ceibal, para que los docentes puedan generar materiales y actividades con asistencia de IA generativa. En su primer mes de uso, más de 2.000 docentes habían probado la herramienta, que no interactúa directamente con estudiantes sino que funciona como soporte para el profesorado.
Brasil, por su parte, despliega desde 2024 “Plu”, el asistente de IA integrado a la plataforma Plurall de SOMOS Educação, que atiende tanto consultas estudiantiles como tareas de planificación docente en miles de escuelas. Aunque con distinto alcance, estas experiencias comparten un principio: mantener al docente humano como mediador central, dejando a la IA el rol de asistente o tutor.
El mundo también sigue la tendencia
Sin embargo, fuera de la región, existen casos aún más disruptivos. En el Reino Unido, un colegio privado de Londres ensayó en 2024 una “aula sin profesor” con un sistema de IA al frente, generando un intenso debate sobre la deshumanización del aprendizaje. Por otro lado, Corea del Sur avanza con libros de texto digitales con IA para personalizar la enseñanza en primaria y secundaria, en un despliegue que se extenderá hasta 2028; y, en Estados Unidos, la plataforma Khan Academy lleva dos años probando Khanmigo, un tutor conversacional para estudiantes y docentes, con resultados preliminares mixtos y énfasis en el acompañamiento humano.
En todos estos casos, la evidencia de impacto es todavía parcial. De hecho, un estudio publicado en Scientific Reports en 2025 mostró que, en entornos controlados, un tutor de IA bien diseñado podría lograr más aprendizaje en menos tiempo que una clase tradicional con aprendizaje activo. Sin embargo, en el mismo sentido se advierte que el uso no guiado de IA generativa puede incluso perjudicar el rendimiento, como ocurrió en un experimento de 2024 donde los estudiantes que la usaron para prepararse obtuvieron peores resultados que quienes no la utilizaron. El consenso emergente es que el valor educativo de la IA depende de un diseño pedagógico sólido y de la supervisión docente constante.
La privacidad de los datos
La implementación de Zoe abre también un frente de discusión sobre la gobernanza de datos. Aunque el colegio santafesino aseguró que el uso se limitará a una temática acotada y bajo seguimiento docente, no se han publicado detalles sobre políticas de privacidad, ubicación de servidores o evaluaciones de impacto en protección de datos. En Argentina, la Ley 25.326 y las guías de la Agencia de Acceso a la Información Pública establecen obligaciones estrictas para el tratamiento de datos de menores: consentimiento informado de padres o tutores, minimización de datos, medidas de seguridad y control de transferencias internacionales.
Organismos internacionales como la UNESCO y la OCDE recomiendan que cualquier despliegue de IA en educación garantice transparencia sobre el proveedor y el funcionamiento del sistema, no sustituya al docente, se someta a evaluaciones de impacto antes de escalar y asegure un control humano significativo en la interacción con estudiantes. También insisten en que la adopción tecnológica debe acompañarse de capacitación docente y enmarcarse en políticas de equidad, para evitar que la IA amplíe brechas preexistentes de conectividad y recursos.
Más allá de su valor como innovación puntual, Zoe es una prueba de laboratorio para políticas futuras. Si se la utiliza como un asistente bien acotado que fomente el pensamiento crítico y la producción propia, podría enriquecer la experiencia de aprendizaje. Pero si se convierte en un sustituto improvisado, sin salvaguardas ni evaluación independiente, corre el riesgo de reducir la educación a un intercambio mecánico de contenidos y de exponer a estudiantes y escuelas a riesgos legales y pedagógicos.
Los próximos meses serán clave para medir el impacto real de la experiencia: resultados de aprendizaje, percepción docente, publicación de protocolos de privacidad y posibilidad de replicar —o no— el modelo en otras instituciones. Mientras tanto, el caso de Villa Cañás se suma a un debate que atraviesa fronteras: qué lugar queremos que ocupe la inteligencia artificial en el aula, bajo qué condiciones y con qué límites.
